Ya no escribo poemas;
la
poesía se me fue por los caminos.
Anda perdida en la selva,
pegadita a la tierra
con las uñas llenas de barro.
Anónima y silvestre en alguna ladera de los
Andes,
es ahora campesina
y apenas balbucea el castellano.
No tiene dientes y a su sonrisa,
no le importa:
Se abre en medio del rostro de las abuelas
y me convida un plato frijoles
“calientito”.
Ya no escribo.
No.
Lo que creía “mi” poesía,
está atravesando la Gran Amaru,
se hunde en sus claros de luz,
en los misterios,
leyendas
y en todo lo que mis ojos no han visto.
Ella es abobe,
huerto,
candela,
tambo,
leche recién ordeñada,
panela,
manos anchas de trabajo,
cuerpo combatiente,
espíritu claro.
Ya no escribo poesía,
ella ahora anda desnuda frente al mar,
atardeciendo sobre la espuma.
Es spondylus,
peces
y algas,
pedacitos de huesos y coral que los
pescadores recogen entre sus redes.
Ya
no escribo poesía porque ella
se está dibujando en el telar de una mujer que se levanta con el alba
y desteje el frío de la altura con sus colores.
Ya no la busco,
el fuego me contó que danzó entre sus
llamas hasta volverse colibrí
y después,
se enredó con la medicina.
Yo no sé dónde está ahora;
tal vez,
encerrada en tu cuerpo,
preguntando por nosotros
y nuestra revolución,
perdida entre la nostalgia y la valentía,
sosteniendo el aliento con el que respira
la libertad
y mi amor.
Tal vez,
esté esperándote,
sentadita en la playa
o bailando desaforada entre tamboras y
gaitas.
La poesía se fue.
Seguro anda brotando de sol en el maíz,
saborizando
el cacao,
perfumada entre los cafetales.
Borracha de chicha y masato,
zigzaguea entre polleras, ponchos y sombreros.
La siento reírse de mi,
jugar conmigo a las escondidas,
guiñarme un ojo en la mirada verdadera de
todas las persona con quien me he encontrado.
Me
tiende la mano en cada gesto de solidaridad con el que mi corazón se
ablanda.
Ella ahora es manantial,
caverna,
voz
medicinal de los abuelos,
redención pura,
movimiento exacto.
Ya no puedo escribirla, petrificarla,
asesinarla.
No tengo voluntad para eso.
Mi voz es una ciudad abandonada.
Silente. Solitaria. Moribunda.
Autorreferencial;
Por eso, enmudece.
Crece musgo donde antes habitaba la poesía,
humedecidos los diccionarios
y la técnica que no tuve pintar universos con palabras,
y la técnica que no tuve pintar universos con palabras,
dinamitados los puentes,
resecos los espacios verdes con los que
quise engañar a mis sentidos.
Sólo me queda la
sangre hirviendo,
quemándose con
cada álito con el que me promulgo completamente viva.
Entonces, cae el diluvio.
Llueve
despiadadamente sobre las ruinas,
limpiándolas,
dándole paso a la
Creación.
El follaje tapa
lo que fue concreto.
Un río en mis
zapatos tengo
y la selva
naciendo en la voz;
y la selva,
es poesía.
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